Dios, expulsado de la cultura occidental dominante desde mediados del siglo XIX, cuando se creía que Dios y modernidad eran incompatibles, y vuelto a expulsar por la cultura relativista "progre", que ha tomado el poder en numerosas sociedades occidentales, entre ellas España, está regresando en el siglo XXI, un siglo que algunos pensadores ya definen como "el siglo de Dios" o "El siglo de la espiritualidad".
Dios fue claramente expulsado de la cultura en la etapa final de la Ilustración, más bien a partir de la segunda mitad del siglo XIX, cuando la revolución de la ciencia y de la técnica, los grandes descubrimientos geográficos y lacolonización de nuevos paises y espacios hicieron que el hombre se sintiera dueño del Universo y sin necesidad alguna de tener un Dios.
Pero, curiosamente, ha sido la modernidad, al permitir una libre competencia entre las ideas laicas, el ateísmo y las religiones, la que ha traido de nuevo a Dios, triunfante en esa dialéctica. Las demanda de enfoques y soluciones religiosas no para de crecer entre unos ciudadanos que desean, cada día con más fuerza, un rearme ético y religioso de la sociedad, de la cultura y de la política.
Micklethwait afirma que aquellos, como Fukuyama, que al descubrir la gran ausencia de Dios de los grandes acontecimientos del siglo XX, anticiparon un mundo futuro sin sitio para Dios, se han equivocado.
Ciertamente, Dios está regresando a nuestro mundo cargado de salud y de fuerza, con una presencia creciente en la política, en la cultura y en la vida de unos seres humanos que, sin la idea de Dios se sienten no sólo huérfanos y desamparados, sino también desorientados y en un peligroso mundo sin valores..Algunos pensadores creemos que dentro de una década, los "sin Dios" serán expulsados del liderazgo y resultará inconcebible que un ateo o un agnóstico pueda ser elegido en las urnas líder de una comunidad de creyentes. Sería como "poner al lobo al cuidado de las ovejas".
Micklethwait, que es católico, pero que ha escrito "God is back" al alimón con el ateo Adrian Wooldridge, opina que Dios nunca se fue de Estados Unidos, aunque sí de otros muchos espacios y culturas del mundo, especialmente de Europa. Ambos autores han estudiado el auge de los movimientos religiosos en todo el mundo, incluyendo el mundo islámico, y se sienten capaces de afirmar que el regreso de Dios es una corriente poderosa, prácticamente indetenible.
Exponen el fenómeno de la "competencia" entre las distintas religiones como causa y efecto de ese retorno de Dios y señala a Latinoamérica, un territorio tradicionalmente católico en el que hoy se han intruducido con gran éxito numerosas iglesias evangélicas y sectas.
Cree que la elección de Obama, que es tan religioso como Bush, potenciará a escala mundial el regreso de Dios a la vida política, especialmente en Europa, donde muchos políticos han luchado por expulsar a Dios de la cultura y de la sociedad. Obama, como portador de una cultura religiosa, es más aceptable para los europeos que Bush.
Pero el acontecimiento que más influencia tuvo en el retorno de Dios fue, con toda seguridad, la caída del Muro de Berlín. El hundimiento del comunismo, que, junto con el socialismo, fue el mayor asesino de Dios en toda la Historia, representó también el hundimiento de las certezas que proporcionaban el Estado y la filosofía política y el inicio de una etapa marcada por las incertidumbres, las dudas y la conciencia de que el mundo construido por el hombre está mal diseñado, es injusto y sólo beneficia a unos cuantos poderosos cargados de privilegios y de arrogancia. Los "progres", herederos culturales y, en algunos aspectos, también políticos de los derrotados comunistas, también están siendo derrotados en todo el planeta, una vez descubiertas sus falsedades, engaños, tendencias totalitarias y la gran verdad oculta de sus ansias irrefrenables de dominio.
Los autores piensan que la ausencia de Dios causó estragos en la política y en la cultura, al menos durante el siglo XX, en el que fueron asesinados decenas de millones de personas por estados gobernados por ateos militantes, como China (Mao), la URSS (Stalin), Alemania (Hitler) y otros muchos. Además, analiza el fenómeno de que las grandes guerras mundiales del siglo XX no fueron guerras de religión, como las que asolaron Europa en el pasado, sobre todo en el siglo XVI y XVII, sino guerras marcadas por la más completa ausencia de Dios.
Francisco Rubiales