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martes, 24 de julio de 2007

El destierro nos cambia

No lo dijo sólo Fouché, víctima de las primeras inquinas en la Revolución Francesa, sino Pablo Neruda y García Márquez. Neruda se exilió asimismo en el Asia, vivió en la India y Cankún, si bien como funcionario consular. Confiesa que vivía solo y aburrido. Metido en un mundo que no era el suyo. Sumergido entre cosas incomprensibles para él y por veces absurdas. Sus biógrafos dicen que fue este sumergirse, este -descender a los infiernos- lo que le dio inspiración y lo que depuró su espíritu hasta alcanzar simas inconmensurables de grandeza espiritual que al leerlo nos eleva por el bien decir de la poesía universal. De sus 20 poemas de amor y una Canción Desesperada, que fueron escritos en su época de adolescente, entre los 20 y 25, de ellos el famoso 2Poema 20" ha pasado a ser una joya de la literatura. Es simplemente bello. Y en esa historia absurda de un amor no correspondido o plañidero, nos hemos visto reflejados millones de sus lectores. Evocando a la Patria ausente, se reunían en interminables tertulias con el gran Rubén Darío de Nicaragua y el incomparable Federico García Lorca, víctima del franquismo en una cantina cin nombre, que que al cabo del tiempo, anos después cuando el nicaraguense había ya fallecido y Federico había sido fusilado un bolichero bonaerense llamó con acierto "Los inmortales". Durante mis largos meses de angustia y soledad, cuántas veces, desde tal lugar evoqué la figura de estos tres grandes poetas, tan humanos, tan ligados a la nueva historia del continente americano y de quienes aún no se ha escrito lo suficiente. Releyendo la historia del descubridor de -la Isla Negra- cómo lo sentimos tan próximo y simpático porque supo de ese amargo sabor de vivir físicamente lejos de la Patria, aunque pensando y suspirando diariamente por Ella.

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