"Padre... Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo".
Recordó que, en las cartas de san Pablo lo encontramos dos veces.
"El cristianismo --afirmó el santo padre- no es una religión del miedo, sino de la confianza y del amor al Padre que nos ama. Estas dos afirmaciones densas nos hablan del envío y de la recepción del Espíritu Santo, el don del Resucitado, que nos hace hijos en Cristo, el Hijo unigénito, y nos coloca en una relación filial con Dios".
"Tal vez el hombre moderno --subrayó Benedicto XVI- no percibe la belleza, la grandeza y el profundo consuelo contenidos en la palabra 'padre' con la que podemos dirigirnos a Dios en la oración, porque la figura paterna a menudo hoy no está suficientemente presente, y a menudo no es suficientemente positiva en la vida diaria".
"La ausencia del padre, el problema de un padre no presente en la vida del niño es un gran problema de nuestro tiempo, por lo que se hace difícil entender en profundidad qué significa que Dios sea Padre para nosotros".
El papa se detuvo a considerar la paternidad de Dios, "para que podamos dejarnos calentar el corazón con esta realidad profunda que Jesús nos ha hecho conocer plenamente y para que se nutra nuestra oración".
Afirmó que en Dios el ser Padre tiene dos dimensiones: "En primer lugar, Dios es nuestro Padre, porque Él es nuestro Creador. Cada uno de nosotros, cada hombre y mujer es un milagro de Dios, es querido por Él, y es conocido personalmente por Él".
Pero esto no es suficiente, añadió: "El Espíritu de Cristo nos abre a una segunda dimensión de la paternidad de Dios, más allá de la creación, porque Jesús es el 'Hijo' en el sentido pleno, 'de la misma sustancia del Padre', como profesamos en el Credo. Convirtiéndose en un ser humano como nosotros, con la encarnación, muerte y resurrección, Jesús a su vez nos recibe en su humanidad y en su mismo ser de Hijo, para que así nosotros podamos entrar en su específica pertenencia a Dios".
El papa concluyó exhortando a aprender "a disfrutar en nuestra oración de la belleza de ser amigos, también hijos de Dios, de poderlo invocar con la confianza que tiene un niño con los padres que lo aman. Abramos nuestra oración a la acción del Espíritu Santo para que grite en nosotros a Dios "¡Abba!¡ Padre!", y para que nuestra oración cambie, convierta constantemente nuestro pensamiento, nuestra acción, para que se vuelva conforme a la del Hijo Unigénito, Jesucristo".
No hay comentarios:
Publicar un comentario