Ha llegado el frío, la nieve, una nueva Nochebuena. Cuando vivía en Bolivia y celebrábamos esta fiesta, no entendía porqué María y José pasaban tanto frío, cuando en Cochabamba por la misma época hace más bien calor, es verano y no encajaba bien el relato evangélico con la realidad boliviana. Esta quinta navidad, motiva la reflexción sobre éste hecho, en verdad cuánto frío y recién ahora se puede comprender desde la Vieja Europa y más aún desde un reino próximo al círculo polar, cómo habrán padecido María y José en aquellos momentos previos al alumbramiento, extraños ellos como nosotros, en un país desconocido al que viajaron para cumplir con el mandato de la autoridad que realizó un censo de la población.
Vimos por televisión la Misa de Gallo desde Roma, qué esplendor, qué solemnidad, aunque a mis hijos Arturo y Joaquín les pareció la ceremonia demasiada larga, y demasiado lujo, especialmente el brillo de los vasos sagrados cálices y copones y los ornamentos del Papa, de cardenales y obispos. No entendieron que habiendo nacido Jesús tan pobre y siendo el Papa su sucesor, hubiera tanta diferencia. Yo mismo me he quedado pensando, especialmente después de haber visto una buena película sobre la religiosa Teresa de Calcuta, la monja que abandonó el convento para recoger a los enfermos, a los moribundos de las calles de la India y ofreció a ése mismo Jesús un voto de pobreza para vivir entre los pobres. La monja se mostró opuesta a donaciones en dinero para su obra, simplemente las rechazaba y enseñó a sus monjitas a vivir de la Providencia, cada día con su pena, pero cada día con su pan. Su renunciamiento es tal que todos pueden ver, en forma transparente que Teresa es pobre, que ayuda a los pobres reunidos en viviendas donde ellas asean a los enfermos, les dan de comer y les ofrecen consuelo, los asisten en los instantes supremos de la muerte. En esta acción humana, vemos el milagro que arranca aquella Noche en que llegó el Redentor y padre amoroso de todos los hombres.
25 diciembre 1986
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