cuando uno nace y llega a la edad de la conciencia empieza el mundo de los sueños a idear cosas, idealizar y simplemente concretar la felicidades en una visiones que se van fortaleciendo a medida que la vida avanza. los sueños más fuertes son los de la adolescencia directamente encaminados a la realización de los ideales que nuestros seres queridos, los maestros, los sacerdotes han ido dosificando de a poco.
llegada la edad adulta, ya casado y padre de familia, profesionalmente realizado el hombre sigue soñando, sus ambiciones, sus proyecciones no son más la quimera inalcanzable de los años pasados sino que van cobrando vida propia pero ay!, surgen las primeras frustraciones. no había sido posible alcanzar todo el ideal y viene la desilusión, el fracaso, los sueños truncados. la confrontación con la dura realidad nos lleva patético cuadro, soñé demasiado, ambicioné mucho, he llegado a la conclusión de renunciar a mis sueños, a mis ideales!
es llegado el tiempo de aceptar las derrotas...porqué no puedo hacer realidad mis altos ideales. y comprobar que nos falta salud, nos falta voluntad, nos faltan condiciones para alcanzarlos...aquel mundo mejor, no se puede alcanzar, soñar con los ojos abiertos sin poder percibir esa gran ilusión que alentó, inspiró, nos permitió avanzar en la vida y llegamos quizá como Teresita de Jesús...todo se acaba, sólo Dios queda!
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