El salmo 87 es la oración de un desgraciado que no cesa de pedir a Dios que oiga su oración y le conserve la vida. En el antiguo Israel se consideraba una bendición el morir con muchos años, no así la muerte con pocos que se consideraba como un castigo de Dios.
El salmista es un judío creyente que habla a Dios de tú a tú. Se enfrenta con él ante su desgracia, igual que Job alega su situación desdichada sin encontrar respuesta por parte de Yahvé.
Lo que más me admira de este orante es la franqueza con que se dirige a Dios: “Todo el día te estoy invocando, tendiendo las manos hacia ti”. Es como mendigo que suplica una limosna.
Lo que más me admira de este orante es la franqueza con que se dirige a Dios: “Todo el día te estoy invocando, tendiendo las manos hacia ti”. Es como mendigo que suplica una limosna.
“Yo te pido auxilio, por la mañana irá a tu encuentro mi súplica. ¿Por qué Señor me rechazas y me escondes tu rostro?”. Sí, es como si Dios fuera sordo a su súplica.
La situación de este poeta de Israel debe ser muy dura porque dice: “Desde niño fui desgraciado y enfermo, me doblo bajo el peso de tus terrores, pasó sobre mi tu incendio, tus espantos me han consumido”.
Conozco una persona que comentaba que ella no rezaba este salmo los viernes en completas, que es cuando la Iglesia lo pone en nuestros labios. Lo encontraba demasiado duro, sin embargo pienso que esta debía ser la situación de Jesús en la cruz y también la de otros creyentes o no creyentes que viven en la tribulación, por su enfermedad, por la situación familiar a la que se ven abocados, no hay pan sobre la mesa, ni agua para apagar la sed de sus hijos, ni ropa para guardarse del frío; no hay trabajo alguno para sustentar la familia.
Por todos estos desdichados de la sociedad rezo este salmo antes de acostarme todos los viernes. Texto: Hna. María Nuria Gaza.
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