Renunciar a mi Patria, jamás! Escribo al Director de Inmigración y un artículo con el mismo título. Amo a Suecia! y que plantea el asunto de la naturalización o se hacerse sueco. En pocas palabras le digo al representante del gobierno que quiero la nacionalidad siempre y cuando no se me haga renunciar a mi propia bolivianidad. Aquí no hay doble nacionalidad de modo que mi planteamiento será negado, negativa que resultará un argumento incontrastable de haber preferido la lealtad a mi Patria antes que su olvido.
Soy presa de una profunda y no expresada preocupación. Por un lado la impotencia de no valerse sólo para el empleo permanente, rechazando los encargos temporales, por otro lado la proximidad de separarme de los míos para asumir un curso prolongado en Estocolmo, el tema perturba y nos somete a un quietismo absurdo.
A menudo surge la pregunta de si valió la pena todo el inmenso sacrificio de haberse sometido al estudio intensivo del idioma sueco, la sumisa aceptación de las reglas de juego de una comunidad que no es la nuestra, un estatuto de refugiado que no conduce a nada, es decir, que nos sume en la pasividad y la resignación, porque es bien sabido que no basta poder comer y dormir, es necesario también alimentar el espíritu con algo de fantasía, recrear la imaginación y nutrir esa pasión por crear y expresarse que cada ser humano lleva consigo adherida a su ser.
A veces presiento una ausencia de libertad, la sensación de estar prisionero de las circunstancias adversas imposibles de superar. Porque no basta respirar, los hombres tenemos también una invencible necesidad de expresarnos, de comunicar, de sentirnos nosotros mismos.
Lo más extraordinario de todo es que la mente no descansa, se mueve febril y aunque escribo y leo, la última lectura de Borges Informe de Brodie, y de Cortázar Alguien que anda por ahí, no tengo paz. Mi alma se siente atormentada, golpea frenética en mi cabeza. Me persigue insistente el retorno con una misión concreta, que no alcanzo a comprender, aunque con todos los seres queridos en este Reino, no atino a pensar qué existencia sería la mía, sin estos seres!
Brota de mí, con sincera piedad, una impronunciada plegaria, Dame luces para no errar!
Agosto de 1984
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