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miércoles, 7 de marzo de 2007

Maestro de maestros fué llamado

Se escribe sobre él en el mundo entero. Su obra es un legado patético de su pasión por las letras, es una transmutación de su espíritu creador, de su genialidad a toda prueba. "Gabo" como lo llaman sus íntimos ha cumplido 80 años, fiel a su promesa de dejar de escribir y no conceder entrevistas, ha permitido homenajes que repiten su vieja aunque renovada historia de lo que tuvo que pasar, antes de que la fortuna tocara a su puerta.
El más serio de sus biógrafos refirió en la historia de García Márquez de 900 páginas los detalles que rodearon la escritura de "Cien Años de Soledad" y resulta siendo aleccionar para todos los amantes de la literatura el ejemplo de perseverancia, de lucha interior, de permanente superación que se modeló en la novela que terminó siendo la obra cumbre de la literatura moderna, de la que se han impreso 35 millones de ejemplares, traducidos a 35 idiomas.
Gabo dueño de la pasión por el éxito, había probado fortuna con 15 pequeños trabajos anteriores a su "Cien años...", pero no se vendían, era tan poco lo que recibía por ellos que le cundió el desánimo, "aunque las ideas bullían en mi mente y no encontraba la forma de expresarlas". Probó la suerte trabajando como periodista y corresponsal en cuyo tiempo su consagración al tema político y social fue notable, apoyó y escribió sobre las revoluciones y los cambios que sacudían al mundo, de aquel entonces su aproximación a Cuba, Fidel Castro, los grandes protagonistas de las transformaciones de los 50 y de los 60. Gabo no estaba satisfecho, sabía que algo grande, único, diferente tenía que producir.
Deambuló por el viejo y el nuevo mundo hasta que abrumado por problemas, también los económicos que no le daban sosiego, optó por hacer un "alto en el camino" y le pidió a su mujer que hiciera lo posible para subsistir con unos pocos miles de dólares que había recibido en pago por sus derechos de autor de La Hojarasca. "Necesito concentrarme en la creación de mi novela, será un tiempo difícil, carente de todo", le confesó a su mujer, y puso en sus manos todo su capital, estando en México y se puso a escribir "Quería reunir en una casa todos los acontecimientos (cuentos, fantasías y leyendas que había oído contar a su abuela, a sus padres, a los viejos de Aracataca), no pudo ser en una sola casa, pero fue en todo caso, en una sola aldea" donde concentró las acciones de cien años de historia de una familia con toda la complejidad que tienen las familias y en 18 meses de cotidiana labor, jornadas de 8, 10 y más horas intercaladas con la tertulia que nunca dejó de mantener con sus amigos entrañables, no son las 380 o 520 páginas (según el formato) que tiene la novela, las que Gabo escribió, son tres o cuatro veces más, quizá dos mil páginas que fue reduciendo, extrayendo la sustancia, para depurar el fruto que estuvo listo, cuando todo el dinero se había gastado, y otras sumas solicitas a crédito por el empeño de parte de los utensillos domésticos de la familia.
Para poder comprar las estampillas de correo y enviar las últimas 200 páginas de México a Buenos Aires donde se realizó la primera impresión y donde salió a luz "Cien años..." se gastó hasta el último centavo fruto de la venta de la licuadora, la secadora de pelo y un ventilador, según refiere su erudito historiador.
Gabo se había consumido en su creación que le dio fama, fortuna, honores, prestigio y respeto en el mundo entero. Había triunfado la perseverancia, la fe en sí mismo y en su creación literaria. El espíritu una vez más, se impuso sobre la materia, había vencido la mente sobre el músculo.

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