"Tú eres un muchacho amable", una buena persona me dice el hombre cuando le invito a tomar asiento frente a mí, en el desvencijado recibidor de este horrible hotel donde vivo circunstancialmente en Estocolmo mientras dure mi curso de Cooperativismo.
Es un hombre de 60 años envejecido prematuramente. Terriblemente obeso, el cabello y la ropa sin lavar, con un olor a orines tan fuerte que aleja a todos cuantos se acercan. Todos huyen de él, procuran mantenerse a distancia, por ello mismo se sorprende tanto de alguien que le dirija amablemente la palabra, que luego de preguntarme si soy sueco, por mi modo de hablar el idioma escandinavo, me conversa un poco de manera incoherente, se pone a llorar, casi sin fuerzas, sin tener voluntad de llorar, intenta invitarme un cigarrillo, me dice que está solo, tremendamente solo!...y llora mas y me pregunta si yo creo en Dios, al responderle afirmativamente me dice que él no cree en Dios, porque Dios no ha venido donde él, se queda de dolor, de soledad, de impotencia, no deja de soplar, se va sin despedirse. Me deja con una indisimulada impresión de abandono y soledad!
17 de diciembre de 1984
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