Con qué claridad he recordado los viernes santos de toda mi vida. De niño en Potosí, la procesión que partiendo de la Iglesia de San Francisco donde se venera la imagen del Cristo de la Vera Cruz y que marcha hacia la Catedral no muchas cuadras de allí. La devoción a los primeros viernes de mes consagrados al Sagrado Corazón de Jesús en el Convento de Santa Mónica donde todavía viven monjas de estricta clausura que borden, tejen, preparan masitas (galletas y golosinas) y mantienen el Templo siempre fresco, lleno de flores año redondo, es uno de los más antiguos de la América Colonial. Luego mis viernes santos en Sucre, de terno y corbata de 12, 13, hasta cumplir los 16, acudíamos todos los internos del colegio salesiano, pero además los internos y externos de todos los colegios católicos y cantando "Dulce Jesús mío, mirad con piedad a mi alma perdida por culpa mortal". Y en Cochabamba cuando solíamos salir de la ciudad hacia Sipe-Sipe y cargar el sepulcro y seguir la procesión alrededor de la placita, con el "tata Kalincho" (padre fiestero) travieso o juguetón, aceptado por el pueblo con todas sus victorias y defectos. Y luego en la ciudad, el tumulto impresionante que cargando el hermoso sepulcro que se conserva oculto a los ojos de la generalidad, puesto que se necesita de un permiso para poder visitarlo en días ordinarios, lo conduce de la Iglesia de la Compañía de Jesús hasta la catedral en medio de la devoción de todo el pueblo. (Esta escultura, Cristo responsando en su Sepultura, es obra de un famoso escultor francés, de gran estilo y que fuera donada a Bolivia, cuando se cumplió el Primer Centenario de la Independencia 1925 por el magnate Simón Patiño por entonces Embajador Plenipotenciario de Bolivia en Francia. Todo el conjunto es una hermosa obra de arte.
Y luego, los viernes santo en Suecia, sin sabor a cristianismo. Hoy estuvimos en Johannes Gården, la iglesia más próxima a nuestra vivienda. Llegó el obispo auxiliar William Kenney u predicó el sermón de la Pasión. Se leyó el relato bíblico a tres voces del Evangelio de San Juan. La prédica giró en torno a tres frases del relato:
Qué es la Verdad?, He aquí al hombre, y Lo escrito, escrito está, todas frases que el evangelista pone en labios de Poncio Pilatos que pasó a la historia más recordado que ninguno de los emperadores romanos.
Me causa fuerte impresión el hecho de una nueva matanza de palestinos justamente, en este Día Santo cometida por los judíos. Día Santo en que ni siquiera me atrevo a elevar la voz, sino que hablo a media voz, sin embargo de que los judíos matan, en la misma ciudad, y el mismo día en que mataron a Jesús. Cómo pudieron matar a Dios no lo podré entender nunca, Dios no muerte, pero Cristo que murió de verdad es Dios, entonces Dios estuvo muerto por algunas horas, 40 quizá estrictamente necesarias para comprobar que realmente estuvo muerto y en cumplimiento de las profesías.
Viernes Santo de 1988
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